Iván Haidar, coreógrafo y performer, es también de algún modo un artista visual: su trabajo sobre la imagen y sobre la conexión entre realidades físicas y representaciones virtuales lo acompaña desde hace tiempo. Así, la obra que estrenó esta semana en el Centro de Experimentación del Teatro Colón conjuga nuevamente la representación virtual con la presencia física. Estoy –que comparte el programa con Hacer un pozo, de Alina Marinelli– pone en escena a cuatro intérpretes y varios dispositivos tecnológicos que permiten abrir aquel juego en varias direcciones.
En el recorrido de Haidar hay un primer y muy temprano acercamiento al ballet clásico, luego una llegada al teatro, más tarde a la danza contemporánea y finalmente a la búsqueda de un camino propio. Así lo cuenta: “Comencé a estudiar ballet cuando era muy chiquito, apenas cinco años. Somos tres hermanos varones: dos se volcaron al rugby y yo a la danza. En la adolescencia dejé de bailar, empecé a estudiar teatro pero más tarde volví y esta vez a la danza contemporánea. Primero en la UNA y después en el Taller de Danza del Teatro San Martín”.
–El Taller es un lugar muy reconocido por la excelencia de su formación, ¿qué dejaron en vos esos tres años de carrera, en términos de tu camino posterior?
–Por un lado, la gran exigencia física del Taller estaba orientada a producir cierto modelo de bailarín; por otro lado, a formar intérpretes y no tanto creadores. Yo estaba más cerca del teatro y me interesaba la creación, así que el Taller fue como un puente que me llevó a conocer a otra gente, otros coreógrafos que terminaron siendo mis maestros. Y después me fui a Portugal, entré a la compañía de Joao Fiadeiro y estuve allí cuatro años. Fue uno de los grandes momentos de mi recorrido.
–Los recursos tecnológicos juegan un papel importante en tus creaciones desde hace ya un tiempo. ¿Qué de estos recursos aparecen en Estoy?
–En realidad, la tecnología aparece en mí como una necesidad y no como un deseo de investigar ese campo. No fue un punto de partida sino algo que las obras me fueron “pidiendo” y que encontré trabajando solo en casa, filmándome, yendo y viniendo de la cámara al vivo.
–¿Fue antes de la pandemia?
–Sí, mucho antes de la pandemia. Pero por supuesto, no había las posibilidades de transmitir que existen ahora; utilizaba Skipe.
–Decías que no buscaste la tecnología sino que las obras te lo pidieron, ¿podrías ampliar esta idea?
–Los recursos tecnológicos pasaron a ser no solo una metodología sino también un asunto: la soledad, la relación con uno mismo. El medio para traducirlo consistió en proyectarme en una pantalla o una pared, y establecer una relación entre mi imagen y mi propio cuerpo. Terminó siendo un lenguaje, una estética, algo que fui desarrollando a lo largo de los años, a veces solo, a veces acompañado por otros artistas. Es cierto que podría leerse como una relación entre la danza –o el cuerpo– y la tecnología, pero para mí el foco no está necesariamente puesto allí.
–El programa estrenado en el Centro de ETC habla de “música y danza”. ¿Comenzaste el proceso desde el principio con Ismael Pinkler?
–La invitación de Diana Theocharidis, directora del Centro de Experimentación, fue a dos coreógrafos, Alina Marinelli y yo. Pero el CETC es un lugar tradicionalmente orientado hacia la música y ella nos sugirió una colaboración con compositores. Yo había conocido a Ismael Pinkler en una obra de Diana Szeinblum en el Teatro Cervantes; participé como performer pero también en la producción sonora y para este proyecto nuevo quise volver a trabajar con él.
–¿Qué elementos aparecieron ya en el primer encuentro con Pinkler, elementos escénicos y sonoros?
–Hubo una primera célula de coincidencia: el uso de la voz para que luego formara parte de un ambiente sonoro. No disponíamos de mucho tiempo para hacer una investigación porque tuvimos solo tres semanas de montaje. Así que usamos algunos elementos de una obra mía solista, No estoy solo, que estrené en el FIBA en febrero pasado: las ideas de presente-ausente, físico-digital, estar-no estar.
–¿Qué espacios del CETC utilizás?
–Las dos galerías laterales. La obra ocurre entonces en dos lugares al mismo tiempo y el público se divide entre los dos. Usé el método de la multiplicación de imágenes para que algunas cosas que suceden en un espacio puedan verse también en el otro y viceversa.
–¿Serían dos obras por lo tanto?
–No, es una sola que ocurre en dos lugares distintos y se vinculan entre sí porque los cuerpos reales en un espacio son los cuerpos virtuales en el otro y a la inversa. La isla de sonido está en el medio y lo que se produce sonoramente se escucha en ambos.
–¿Qué tipo de sonoridad buscaron Ismael Pinkler y vos?
–Entre otras varias cosas la presencia de un tipo de sonido fantasmagórico que remitiera a las ausencias.
–¿El material de movimientos estaba previsto de antemano por vos?
–No, se creó todo desde cero. Pero no hay un gran despliegue de danza ni de movimientos. El foco está puesto en la creación de imágenes y en lo que sucede en un espacio y otro.