El país más poderoso del mundo tiene serios problemas de representación. El temor anti-China unifica a demócratas con republicanos y con la opinión pública.
Por
Jorge Castro
Analista Internacional
El problema principal del siglo XXI no es el conflicto entre EE.UU. y China, o la Guerra de Ucrania, a través del choque entre EE.UU. y la OTAN contra Rusia, sino el debilitamiento norteamericano, ante todo político-estratégico, que es la combinación de 3 elementos: la profunda fractura y extrema polarización del sistema estadounidense, que ha quebrado el consenso basado en la aceptación unánime de la “democracia constitucional” norteamericana, lo que ha creado la situación más crítica de su historia desde la Guerra Civil de 1861/1865; el hecho de que el presidente Joe Biden es uno de los más débiles y vacilantes de la historia de EE.UU; y la ruptura que se ha producido en la ecuación central de poder en Washington a partir del triunfo de los republicanos en las elecciones de medio término de 2022, que les ha otorgado el control de la Cámara de Representantes, que integra el gobierno de la democracia norteamericana, lo que ha derivado en una acentuación de la parálisis decisional de la primera superpotencia del mundo.
Esto sucede cuando la tendencia central de la época es el traslado irreversible del eje del poder mundial del Atlántico al Pacífico, en un proceso que se completó en lo esencial en 2008/2009, cuando se produjo la crisis financiera internacional con epicentro en Wall Street y ocasionado por el colapso de Lehman Brothers.
Esto coincide con la asunción por Xi Jinping del liderazgo en China, lo que ocurrió en 2012, cuyo resultado ha sido un extraordinario fortalecimiento de la República Popular a través de un doble movimiento: el carácter prioritario otorgado al combate contra la corrupción, considerada la principal amenaza existencial del régimen chino; y el vuelco absoluto y sistemático de la economía china a la innovación y a la alta tecnología, sobre la premisa de que la Cuarta Revolución Industrial (CRI) es la más grande oportunidad que se le ha presentado a la civilización china en sus 5.000 años de historia.
De esto se desprende que en los últimos diez años China ha comenzado a desafiar el dominio de EE.UU. en las tecnologías de avanzada de la CRI, encabezada por la Inteligencia artificial y la Internet de las Cosas, lo que sucede después de haber demostrado que ha asumido la vanguardia de la Internet móvil de la 5ª Generación (5-G), y que ahora se apresta a hacer lo mismo con el escalón siguiente, que es la 6-G.
Esta combinación ha desatado en EE.UU. una extraordinaria paranoia Anti-China, que abarca tanto al Ejecutivo como al Congreso, a demócratas y republicanos; y ante todo se ha apoderado del factor más decisivo del sistema, que es la opinión pública estadounidense.
Hay que advertir que esto no implica en modo alguno una “decadencia” de EE.UU., que sigue siendo inequívocamente la primera potencia del sistema capitalista en su fase CRI.
El cálculo que hay que hacer sobre la realidad de EE.UU. hoy es el siguiente: hay unos 400 centros de innovación, alta tecnología, avanzada educación, y honda e intransferible creatividad, de los cuales los principales son: el eje Silicon Valley/Los Angeles/Hollywood/San Diego; la red Austin/Atlanta/Miami; el circuito Nueva York/Boston/Chicago, que es el núcleo de las finanzas y de la educación más avanzada del mundo; y el primer sistema agrario del capitalismo mundial, con epicentro en el Medio-Oeste (Nebraska/Illinois/Iowa).
No hay “decadencia” de la civilización norteamericana en modo alguno. Lo que sucede es una crisis política de gravedad histórica, en un momento de cambio global, donde el eje del poder en el mundo tiende a trasladarse al Asia, y en especial a China.
Lo que hay es una crisis derivada del agotamiento histórico de la hegemonía norteamericana, que no es suplantada por otra – por ejemplo la de China – sino por el surgimiento de un nuevo orden global, propio de una sociedad mundial absolutamente integrada por la revolución de la técnica, que ha unificado irreversiblemente el mundo, y cuyo eje está ahora en Oriente.
El gasto de Defensa de EE.UU. asciende a US$868.000 millones en 2023, lo que es más que los gastos de Defensa de los 10 países que lo siguen en orden de importancia sumados (los gastos de Defensa de la República Popular alcanzan este año a US$280.000 millones).
EE.UU. posee siete flotas de carácter estratégico, centradas alrededor de portaaviones nucleares, que controlan los mares y los océanos del mundo, y se han convertido en plataformas de fuerza de despliegue rápido, capaces de enfrentar conflictos locales en cualquier región del sistema global.
EE.UU., en suma, no es el primer sistema de defensa y seguridad mundial, sino que su supremacía tiene un carácter tan aplastante que ha adquirido un significado cualitativo, y se ha transformado, en un sentido estricto, en el sistema de seguridad mundial de nuestra época.
No hay cuestión más relevante en este momento de la historia mundial que la inmensa paradoja que surge de la fenomenal potencia tecnológica y estratégica de EE.UU, en brutal contraste con su extrema y creciente debilidad política y estratégica.
Este es el riesgo mayor que ofrece la política mundial en ésta segunda década del siglo XXI.